“Por qué no soy cristiano”
EL ARGUMENTO DEL
PLAN
El paso siguiente nos lleva al
argumento del plan. Todos conocen el argumento del plan: todo en el mundo está
hecho para que podamos vivir en él, y si el mundo variase un poco, no podríamos
vivir. Ese es el argumento del plan. A veces toma una forma curiosa; por
ejemplo se argüyó que los conejos tienen las colas blancas con el fin de que se
pueda disparar más fácilmente contra ellos. Es fácil parodiar este argumento.
Todos conocemos la observación de Voltaire de que la nariz estaba destinada a
sostener las gafas. Esa clase de parodia no ha resultado tan desatinada como
parecía en el siglo xviii, porque, desde Darwin, entendemos mucho mejor por qué
las criaturas vivas se adaptan al medio. No es que el medio fuera adecuado para
ellas, sino que ellas se hicieron adecuadas al medio, y esa es la base de la
adaptación. No hay en ello ningún indicio de plan.
Cuando se examina el argumento del
plan, es asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas
que hay en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la
omnisciencia han logrado producir en millones de años. Yo realmente no puedo
creerlo. Creen que, si tuvieran la omnipotencia y la omnisciencia y millones de
años para perfeccionar el mundo, no producirían nada mejor que el Ku-Klux-Klan
o los fascistas? Además, si se aceptan las leyes ordinarias de la ciencia, hay
que suponer que la vida humana y la vida en general de este planeta
desaparecerán a su debido tiempo: es una fase de la decadencia del sistema
solar; en una cierta fase de decadencia se tienen las condiciones y la
temperatura adecuadas al protoplasma, y durante un corto período hay vida en la
vida del sistema solar. La luna es el ejemplo de lo que le va a pasar a la
tierra; se va a convertir en algo muerto, frío y sin vida.
Me dicen que este criterio es
deprimente, y que si la gente lo creyese no tendría ánimo para seguir viviendo.
Eso es una tontería. Nadie se preocupa por lo que va a ocurrir dentro de
millones de años. Aunque crean que se están preocupando por ello, en realidad
se engañan a sí mismos. Se preocupan por cosas mucho más mundanas aunque sólo
sea una mala digestión; pero nadie es realmente desdichado al pensar lo que le
va a ocurrir a este mundo dentro de millones de años. Por lo tanto, aunque es
una triste opinión el suponer que va a desaparecer la vida —al menos, se puede
pensar así, aunque, a veces, cuando contemplo las cosas que hace la gente con
su vida, es casi un consuelo—, no es lo bastante para hacer la vida miserable.
Sólo hace que la atención se vuelva hacia otras cosas.
EL
PROBLEMA MORAL
Luego, se llega a las cuestiones
morales. Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es
que creía en el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente humana
pueda creer en un castigo eterno. Cristo, tal como lo pintan los Evangelios, sí
creía en el castigo eterno, y uno haya repetidamente una furia vengativa contra
los que no escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que
dista mucho de la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud
en Sócrates. Es amable con la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender,
más digno de un sabio que la indignación. Probablemente todos recuerdan las
cosas que dijo Sócrates al morir y lo que decía generalmente a la gente que no
estaba de acuerdo con él. Se hallará en el Evangelio que Cristo dijo:
«¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados
al fuego del infierno?» Se lo decía a la gente que no escuchaba sus sermones. A
mi entender este no es realmente el mejor tono, y hay muchas cosas como éstas
acerca del infierno. Hay, claro está, el conocido texto acerca del pecado
contra el Espíritu Santo: «Pero quien hablase contra el Espíritu Santo,
despreciando su gracia, no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra». Ese
texto ha causado una indecible cantidad de miseria en el mundo, pues las más
diversas personas han imaginado que han cometido pecados contra el Espíritu
Santo y pensado que no serían perdonadas en este mundo ni en el otro. No creo
que ninguna persona un poco misericordiosa ponga en el mundo miedos y terrores
de esta clase. Luego, Cristo dice: «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y
quitarán de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y
los arrojarán en el horno del fuego: allí será el llanto y el crujir de
dientes.» Y continúa extendiéndose con los gemidos y el rechinar de dientes.
Esto se repite en un versículo tras otro, y el lector se da cuenta de que hay
un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el rechinar de dientes',
pues de lo contrario no se repetiría con tanta frecuencia, Luego, todos ustedes
recuerdan, claro está, lo de las ovejas y los cabritos; cómo, en la segunda
venida, para separar a las ovejas y a los cabritos dirá a éstos: «Apartaos de
mi, malditos: id al fuego eterno.» Y continúa: «Y éstos irán al fuego eterno.»
Luego, dice de nuevo: «Y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo o te
incita a pecar, córtala y tírala lejos de ti; pues mejor te está que perezca
uno de tus miembros, que no el que va ya todo tu cuerpo al infierno, al fuego
que no se extingue jamás.» Esto lo repite una y otra vez. Debo declarar que
toda esta doctrina, que el fuego del infierno es un castigo del pecado, es una
doctrina de crueldad. Es una doctrina que llevó la crueldad al mundo y dio al
mundo generaciones de cruel tortura; y el Cristo de los Evangelios, si se le
acepta tal como le representan sus cronistas, tiene que ser considerado en
parte responsable de eso. Hay otras cosas de menor importancia. Está el ejemplo
de los puercos de Gadar, donde ciertamente no fue muy compasivo para los
puercos el meter diablos en sus cuerpos y precipitarlos colina abajo hasta el
mar. Hay que recordar que SI era omnipotente, y simplemente pudo hacer que los
demonios se fueran; pero eligió meterlos en los cuerpos de los cerdos. Luego
está la curiosa historia de la higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan
lo que ocurrió con la higuera. «Tuvo hambre. Y como viese a lo lejos una
higuera con hojas, encaminose allá por ver si encontraba en ella alguna cos-a:
y llegando, nada encontró sino follaje; porque no era aún tiempo de higos; y
hablando a la higuera le dijo: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de
ti"... y Pedro... le dijo: "Maestro, mira cómo la higuera que
maldijiste se ha secado."» Esta es una historia muy curiosa, porque
aquella no era la época de los higos, y en realidad, no se puede culpar al
árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, Cristo esté tan
alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de Él a
Buda y a Sócrates.
.-
LA EXISTENCIA DE DIOS
UN DEBATE ENTRE
BERTRAND RUSSELL Y EL PADRE F.C. COPLESTON, S.J. 20
20 Este debate fue transmitido originalmente
en 1948 en el Tercer Programa de la B.B.C. Fue publicado en
Humanitas en el otoño de 194S y ha sido reproducido
aquí gracias al permiso del Padre Copleston. EL ARGUMENTO DE LA
CONTINGENCIA
COPLESTON: Bien, para aclarar,
dividiré el argumento en fases distintas. Primeramente, diría, sabemos que hay,
al menos, ciertos seres en el mundo que no contienen en sí mismos la razón de
su existencia. Por ejemplo, yo dependo de mis padres, y ahora del aire, del
ali- mento, etc. Segundo, el mundo es simplemente la totalidad o el conjunto
real o imaginado de objetos individuales, ninguno de los cuales contiene solo
en sí mismo la razón de su
existencia. No hay ningún mundo
distinto de los objetos que lo forman, así como la raza humana no es algo
aparte de sus miembros. Por lo tanto, diría ya que existen los objetos y los
acontecimientos, y como ningún objeto de experiencia contiene dentro de sí
mismo la razón de su existencia, esta razón, la totalidad de los objetos, tiene
que tener una razón fuera de sí misma. Esa razón tiene que ser un ser
existente. Bien, ese ser es la razón de su propia existencia o no lo es. Si lo
es, enhorabuena. Si no lo es, tenemos que seguir adelante.
Pero si procedemos en este sentido
hasta el infinito, entonces no hay explicación de la existencia. Así, diría,
con el fin de explicar la existencia, tenemos que llegar a un ser que contiene
en sí mismo la razón de su existencia, es decir, que no puede no existir.
RUSSELL: Eso presenta muchas
cuestiones y no es del todo fácil saber por dónde empezar, pero creo que,
quizás, al responder a su argumento, el mejor modo de empezar es la cuestión
del ser necesario. La palabra «necesario», a mi entender, sólo puede aplicarse
significativamente a las proposiciones. Y, en realidad, sólo a las analíticas,
es decir, a las proposiciones cuya negación supone una contradicción
manifiesta. Yo sólo podría admitir un ser necesario si hubiera un ser cuya existencia
sólo puede negarse mediante una contradicción manifiesta. Querría saber si
usted acepta la división de Leibniz de las proposiciones en verdades de razón y
verdades de hecho. Si acepta las primeras, las verdades de razón, como
necesarias.
COPLESTON: Bien, yo, desde luego, no
suscribo lo que parece ser la idea de Leibniz acerca de las verdades de razón y
las verdades de hecho, ya que al parecer, para él, a la larga, sólo habría
proposiciones analíticas. Al parecer, para Leibniz, las verdades de hecho son
últimamente reducibles a verdades de razón. Es decir, a proposiciones
analíticas, al menos para la mente omnisciente. Yo no estoy de acuerdo con eso.
Por un lado, no está de acuerdo con los requerimientos de la experiencia de la
libertad. Yo no deseo mantener toda la filosofía de Leibniz. Me he valido de su
argumento del ser contingente al ser necesario, basando el argumento en
el principio de la razón suficiente, simplemente porque me parece una
formulación breve y clara de lo que es, en mi opinión, el argumento metafísico
fundamental de la existencia de Dios.
RUSSELL: Pero, a mi entender, «una
proposición necesaria» tiene que ser analítica. No veo qué otra cosa puede ser.
Y las proposiciones analíticas son siempre complejas y lógicamente algo
tardías. «Los animales irracionales son animales» es una proposición analítica;
pero una proposición como «Éste es un animal» no puede ser nunca analítica. En
realidad, todas las proposiciones que pueden ser analíticas son un poco tardías
en la construcción de proposiciones.
COPLESTON : Tomemos la proposición
«Si hay un ser contingente, entonces hay un ser
necesario». Considero que esa
proposición, hipotéticamente expresada, es una proposición necesaria. Si va a
llamar proposición analítica a toda proposición necesaria, entonces, para
evitar una disputa de terminología, convendré en llamarla analítica, aunque no
la considero una proposición tautológica. Pero la proposición es sólo una
proposición necesaria en el supuesto de que exista un ser contingente. El que
exista realmente un ser contingente tiene que ser descubierto por experiencia,
y la proposición de que existe un ser contingente no es ciertamente una
proposición analítica, aunque, como usted sabe, yo una vez sostuve que, si hay
un ser contingente, necesariamente hay un ser necesario.
RUSSELL: La dificultad de esta
discusión está en que yo no admito la idea de un ser necesario, y no admito que
haya ningún significado particular en llamar «contingentes» a otros seres.
Estas frases no tienen para mí Significado más que dentro de una lógica que yo
rechazo.
COPLESTON: ¿Quiere decir que rechaza
estos términos porque no encajan en lo que se llama «lógica moderna»?
RUSSELL: Bien, no les encuentro
significación. La palabra «necesario» me parece una palabra inútil, excepto
cuando se aplica a proposiciones analíticas, no a cosas.
COPLESTON: En primer lugar, ¿qué
entiende por «lógica moderna»? Que yo sepa, hay algunos sistemas un poco
diferentes. En segundo lugar, no todos los lógicos modernos reconocen
seguramente la falta de sentido de la metafísica. De todos modos, ambos sabemos
que hay un pensador moderno muy eminente, que conocía profundamente la lógica
moderna, que no pensaba ciertamente que la metafísica carece de sentido o, en
particular, que el problema de Dios carece de sentido. De nuevo, aunque todos
los lógicos modernos sostuvieran que los términos metafísicos carecen de
sentido, esto no significa que tengan razón.
La proposición de que los términos
metafísicos carecen de sentido me parece una proposición basada en una
filosofía supuesta. La proposición dogmática que hay detrás de ella parece ser
ésta: lo que no cabe dentro de mi máquina no existe, o carece de sentido; es la
expresión de la emoción. Sencillamente, estoy tratando de destacar que
cualquiera que diga que un sistema particular de lógica moderna es el único
criterio sensato dice algo • superdogmático; insiste dogmáticamente en que una
parte de la filosofía es toda la filosofía.
Después de todo, un ser
«contingente» es un ser que no tienen en sí mismo la completa razón de su
existencia, que es lo que yo entiendo por ser contingente. Usted sabe, tan bien
como yo, que no puede ser explicada la existencia de ninguno de nosotros sin
referencia a algo o alguien fuera de nosotros, nuestros padres, por ejemplo.
Por el contrario, un ser «necesario » significa un ser que tiene que existir y
no puede dejar de existir. Puede decir que existe tal ser, pero le va a ser
difícil convencerme de que no entiende los términos que uso. Si no los
entiende, ¿qué títulos tiene entonces para decir que no existe ese ser, si es
eso
lo que dice?
RUSSELL: Bien, aquí hay puntos en
los que no intento profundizar. No sostengo que la metafísica carezca de
sentido en general o en su totalidad. Sostengo la falta de sentido de ciertos
términos particulares, no basándome en alguna razón general, sino simplemente
porque no he podido ver, una interpretación de esos términos particulares. No
es un dogma general; es una cosa particular. Pero, por el momento, dejo esos
puntos. Y diré que lo que ha dicho nos lleva, a mi entender, al argumento
ontológico de que hay un ser cuya esencia implica existencia, de forma que Su
existencia es analítica. A mí eso me parece imposible, y presenta, claro está,
la cuestión de lo que uno entiende por existencia, y, en cuanto a esto, pienso
que no puede decirse nunca que un sujeto nombrado existe significativamente,
sino sólo un sujeto descrito. Y que la existencia, en realidad, no es,
definitivamente, un predicado.
COPLESTON: Bien, usted dice, a mi
entender, que es mala gramática o, mejor dicho, mala sintaxis el decir, por
ejemplo «T. S. Eliot existe»; debería decirse, por ejemplo, «El autor de Asesinato
en la Catedral existe». ¿Va a decir que la proposición «La causa del mundo
existe» carece de significado? Puede decir que el mundo no tiene causa; pero yo
no veo cómo puede decir que la proposición «La causa del mundo existe» carece
de sentido. Póngalo en forma de pregunta: «¿Tiene el mundo una causa?» «¿
Existe la causa del mundo?» La mayoría de la gente entendería seguramente la
pregunta, aun cuando no estén de acuerdo acerca de la respuesta.
RUSSELL: Bien, ciertamente la
pregunta «¿Existe la causa del mundo?» es una cuestión con significado. Pero si
dice «Sí, Dios es la causa del mundo», emplea a Dios como nombre propio; luego
«Dios existe» no será una afirmación con significado; esa es la proposición que
yo mantengo. Porque, por lo tanto, se deduce que no puede nunca ser una
proposición analítica decir que esto o aquello existe. Por ejemplo, supongamos
que toma como tema «el círculo cuadrado existente»; parecería una proposición
analítica decir «el círculo cuadrado existente existe», pero no existe.
COPLESTON: No, no es así, pero no se
puede decir que no existe hasta que se tenga un concepto de lo que es la
existencia. En cuánto a la frase «círculo cuadrado existente» yo diría que
carece absolutamente de significado.
RUSSELL: Completamente de acuerdo.
Entonces yo diría lo mismo en otro contexto con referencia a un «ser
necesario».
COPLESTON: Bien, parece que hemos
llegado a un callejón sin salida. El decir que un ser necesario es un ser que
tiene que existir y no puede dejar de existir tiene para mí un significado
definido. Para usted carece de significado.
RUSSELL: Bien, podemos llevar el
asunto un poco más adelante, a mi entender. Un ser que tiene que existir y que
no puede dejar de existir sería, según usted, un ser cuya esencia supone
existencia.
COPLESTON: Sí, un ser que es la
esencia de lo que ha de existir. Pero yo no querría discutir la existencia de
Dios simplemente partiendo de la idea de Su esencia, porque no creo que hasta
ahora tengamos una clara intuición de la esencia de Dios. Creo que tenemos que
discutir partiendo de la experiencia del mundo hasta Dios.
RUSSELL: Sí, veo claramente la
distinción. Pero, al mismo tiempo, un ser con el conocimiento suficiente podía
decir «¡Aquí está este ser cuya esencia supone existencia!»
COPLESTON: Sí, ciertamente, si
alguien viera a Dios, vería que Dios tiene que existir.
RUSSELL: Por eso digo que hay un ser
cuya esencia supone existencia aunque no conocemos esa esencia. Sólo sabemos
que existe ese ser.
COPLESTON: Sí, yo añadiría que no
conocemos la esencia a priori. Sólo a posteriori, a través de
nuestra experiencia del mundo, llegamos a un conocimiento de la existencia de
ese ser. Y entonces, uno dice, la esencia y la existencia tienen que ser
idénticas. Porque si la esencia de Dios y la existencia de Dios no son
idénticas, entonces habría que buscar más allá de Dios alguna razón suficiente
de esta existencia.
RUSSELL: Luego, todo gira en torno a
la cuestión de la razón suficiente y tengo que declarar que no me ha definido
aún la «razón suficiente» de un modo que yo pueda comprender. ¿Qué entiende por
razón suficiente? ¿No quiere decir causa?
COPLESTON: Necesariamente no. La
causa es una especie de razón suficiente. Sólo un ser contingente puede tener
una causa. Dios es Su propia razón suficiente; y Él no es la causa de Sí. Por
razón suficiente, en su pleno sentido, entiendo una explicación adecuada de la
existencia de algún ser particular.
RUSSELL: Pero ¿cuándo es adecuada
una explicación? Supongamos que yo me dispongo a encender un fósforo. Usted
puede decir que la explicación suficiente es que lo frote sobre la caja.
COPLESTON: Bien, para fines
prácticos, sí, pero teóricamente esa es sólo una explicación parcial. Una explicación
adecuada tiene que ser últimamente una explicación total, a la cual no se puede
añadir nada más.
RUSSELL: Entonces sólo puedo decir
que usted busca algo que no se puede obtener, y que no debemos esperar obtener.
COPLESTON: El decir que no se ha
hallado es una cosa; el decir que no debe buscarse me parece demasiado
dogmático.
RUSSELL: Bien, no lo sé. Quiero
decir que la explicación de una cosa es otra cosa que hace la otra cosa
dependiente de otra cosa aún, y que hay que captar todo este lamentable sistema
de cosas para hacer lo que usted quiere, y eso no lo podemos hacer.
COPLESTON: ¿Pero va a decir que no
podemos o que no deberíamos siquiera presentar la cuestión de la existencia de
esta lamentable serie de cosas... de todo el universo?
RUSSELL: Sí. No creo que tenga
ningún sentido. Creo que la palabra «universo» es una palabra útil con relación
a algo, pero no creo que represente algo que tenga un significado.
COPLESTON: Si la palabra carece de
significado, no puede ser tan útil. En cualquier caso, no digo que el universo
es algo distinto de los objetos que los componen (ya lo indiqué en mi breve
resumen de la prueba); lo que hago es buscar la razón, en este caso la causa,
de los objetos, cuya totalidad real o imaginada constituye lo que llamamos el
universo. ¿Usted dice: yo creo que el universo —o mi existencia si lo prefiere,
o cualquier otra existencia— es ininteligible?
RUSSELL: Primero voy a rebatir el
punto de que si una palabra carece de sentido no puede ser útil. Eso suena
bien, pero no es verdad. Tomemos, por ejemplo, la palabra «el» o
«que». Usted no puede indicar ningún
objeto con esas palabras, pero son muy útiles; yo diría lo mismo del
«universo». Pero dejando eso, usted pregunta si considero que el universo es
ininteligible. Yo no diría ininteligible; creo que es sin explicación.
Inteligible para mí es una cosa diferente. Se refiere a la cosa en sí,
intrínsecamente, y no a sus relaciones.
COPLESTON: Bien, mi criterio es que
lo que llamamos el mundo es intrínsecamente ininteligible, aparte de la
existencia de Dios. Verá, yo no creo que la infinidad de las series de
acontecimientos —me refiero a una serie horizontal, por así decirlo—, si tal
infinidad pudiera ser probada, tendría alguna pertinencia con la situación. Si
adiciona chocolates, obtendrá chocolates y no una oveja. Si adiciona chocolates
hasta el infinito, es de presumir que obtendrá un número infinito de
chocolates. Así, si suma seres contingentes hasta el infinito, seguirá
obteniendo seres contingentes, no un ser necesario. Una serie infinita de seres
contingentes será, de acuerdo con mi modo de pensar, igualmente incapaz de ser
su causa, como un solo ser contingente. Sin embargo, usted dice, según creo,
que no se puede plantear la cuestión de lo que explicaría la existencia de
cualquier objeto particular, ;,no es así?
RUSSELL: Está bien, si entiende que
explicarla es simplemente hallar la causa de él.
COPLESTON: Bien, ¿por qué detenernos
en un objeto particular? ¿Por qué no presentar la cuestión de la causa de la
existencia de todos los objetos particulares?
RUSSELL: Porque no veo la razón de
pensar que la hay. Todo el concepto de causa está derivado de nuestra
observación de cosas particulares; no veo ninguna razón para suponer que el
total tenga una causa, cualquiera que sea.
COPLESTON: Bien, el decir que no hay
causa no es lo mismo que decir que no debemos buscar una causa. La declaración
de que no hay causa debería venir, si viene, al final de la encuesta, no al
principio. En todo caso, si el total carece de causa, entonces, a mi modo de
pensar, tiene que ser su propia causa, lo que me parece imposible. Además, la
declaración de que el mundo existe, aunque sólo sea como respuesta a una
pregunta, presupone que la pregunta tiene sentido.
RUSSELL: No, no necesita ser su
propia causa; lo que digo es que el concepto de causa no es aplicable al total.
COPLESTON: Entonces, ¿está de
acuerdo con Sartre en que el universo es lo que llama «gratuito»?
RUSSELL: Bien, la palabra «gratuito»
sugiere que podría haber algo más; yo digo que el universo existe simplemente,
eso es todo.
COPLESTON: Bien, no comprendo cómo
suprime la legitimidad del preguntar cómo el total, o cualquiera de las partes,
ha adquirido existencia. ¿Por qué algo, más bien que nada? El hecho de obtener
nuestro conocimiento de la causalidad empíricamente de causas particulares, no
excluye la posibilidad de preguntar cuál es la causa de la serie. Si la palabra
«causa» careciera de sentido, o si pudiera demostrarse que el criterio de Kant
acerca de la materia era el verdadero, la pregunta sería ilegítima; pero usted
no parece sostener que la palabra «causa» carece de sentido, ni supongo que sea
kantiano.
RUSSELL: Puedo ilustrar lo que a mi
parecer es una falacia suya. Todo hombre existente tiene una madre y me parece
que su argumento es que, por lo tanto, la raza humana tiene una madre, pero
evidentemente la raza humana no tiene una madre: esa es una esfera lógica
diferente.
COPLESTON: Bien, realmente no veo
ninguna paridad. Si dijera «todo objeto tiene una causa fenomenal; por lo
tanto, toda la serie tiene una causa fenomenal», habría una paridad; pero no
digo eso; digo todo objeto tiene una causa fenomenal si insiste en la infinidad
de la serie, pero la serie de causas fenomenales es una explicación
insuficiente de la serie. Por lo tanto, la serie tiene, no una causa fenomenal,
sino una causa trascendente.
RUSSELL: Eso es presuponiendo
siempre que no sólo cada cosa particular del mundo sino el mundo en total tiene
que tener una causa. No veo la razón para esa suposición. Si usted me la da, le
escucharé.
COPLESTON: Bien, la serie de
acontecimientos está causada o no está causada. Si lo está, tiene que haber,
evidentemente, una causa fuera de la serie. Si no tiene causa, entonces es
suficiente por sí misma, y si lo es, es lo que yo llamo necesaria. Pero no
puede ser necesaria ya que cada miembro es contingente, y hemos convenido en
que el total no tiene realidad aparte de sus miembros, y por lo tanto no puede
ser necesario. Por lo tanto, no puede carecer de causa y tiene que tener una
causa. Y me gustaría observar, de pasada, que la afirmación «el mundo existe
sencillamente y es inexplicable» no puede ser producto del análisis lógico.
RUSSELL: No quiero parecer
arrogante, pero me parece que puedo concebir cosas que usted dice que la mente
humana no puede concebir. En cuanto a que las cosas no tengan causa, los
físicos nos aseguran que la transición del cuántum individual de los átomos
carece de causa.
COPLESTON: Bien, yo me pregunto si
eso no es simplemente una inferencia transitoria.
RUSSELL:
Puede ser, pero demuestra que las mentes de los físicos pueden concebirlo.
COPLESTON: Sí, convengo en que
algunos científicos —los físicos— están dispuestos a permitir la
indeterminación dentro de un campo restringido. Pero hay muchos científicos que
no están tan dispuestos. Creo que el profesor Dinele, de la Universidad de
Londres, sostiene que el principio de la inseguridad de Heisenberg nos dice
algo acerca del éxito (o de la falta de él) de la presente teoría atómica en establecer
la correlación de las observaciones, pero no acerca de la naturaleza en sí, y
muchos físicos comparten este criterio. Sea como fuere, no comprendo cómo los
físicos pueden no aceptar la teoría, en la práctica, aunque no lo hagan en
teoría. No comprendo cómo puede hacerse ciencia, si no es basándose en la
suposición del orden y la inteligibilidad de la naturaleza. El físico
presupone, al menos tácitamente, que tiene cierto sentido el investigar la
naturaleza y buscar las causas de los acontecimientos, como el detective
presupone que tiene un sentido el buscar la causa de un asesinato. El
metafísico supone que tiene sentido el buscar la razón o la causa de los
fenómenos y, como no soy kantiano, considero que el metafísico está tan
justificado en su suposición como el físico. Cuando Sartre, por ejemplo, dice
que el mundo es gratuito, creo que no ha considerado suficientemente lo que se
implica por «gratuito».
RUSSELL: Creo... me parece una
extensión injustificada; un físico busca causas; eso no significa
necesariamente que hay causas por todas partes. Un hombre puede buscar oro sin
suponer que hay oro en todas partes; si encuentra oro, enhorabuena; si no lo
halla mala suerte. Lo mismo ocurre cuando los físicos buscan causas. En cuanto
a Sartre, no profeso el saber lo que quiere decir, y no querría que pensasen
que lo interpreto, pero, por mi parte, creo que la noción de que el mundo tenga
una explicación es un error. No veo por qué uno debe esperar que la tenga, y
creo que lo que dice acerca de lo que el científico supone es una afirmación
excesiva.
COPLESTON: Bien, me parece que el
científico hace ciertas suposiciones. Cuando experimenta para averiguar alguna
verdad particular, detrás del experimento está la suposición de que el universo
no es simplemente discontinuo. Está la posibilidad de averiguar una verdad
mediante el experimento. El experimento puede ser malo, puede no tener
resultado, o no el resultado deseado, pero, de todas maneras, existe la
posibilidad, mediante el experimento, de hallar la verdad que supone. Y esto me
parece que presupone un universo ordenado e inteligible.
RUSSELL: Creo que está generalizando
más de lo necesario. Indudablemente el científico supone que eso va a hallarse
probablemente y con frecuencia es así. No supone que se hallará y ese es un
asunto muy importante en la física moderna.
COPLESTON: Bien, creo que lo supone,
o está obligado a suponerlo tácitamente, en la práctica. Puede ocurrir, citando
al profesor Haldane que «cuando enciendo un gas bajo la marmita, parte de las
moléculas del agua se evaporarán, y no hay modo de averiguar cuáles de ellas
serán», pero no hay que pensar necesariamente que la idea de la casualidad
tiene que ser introducida excepto en relación con nuestro conocimiento.
RUSSELL: No, no es así, al menos si
puedo creer lo que dice. Descubre muchas cosas el científico; descubre muchas
cosas que están sucediendo en el mundo, que son, al principio, comienzos de
cadenas causales, primeras causas que no tienen causa en sí mismas. No supone
que todo tiene una causa.
COPLESTON: Seguramente hay una
primera causa dentro de un cierto campo elegido. Es una primera causa relativa.
RUSSELL: No creo que diga eso. Si
existe un mundo en el cual la mayoría de los acontecimientos, pero no todos,
tienen causas, el científico podrá describir las probabilidades e
incertidumbres suponiendo que este acontecimiento particular en que uno está
interesado, probablemente tiene una causa. Y como, en cualquier caso, no se
tiene más que la probabilidad, con eso basta.
COPLESTON: Puede ocurrir que el
científico no espere obtener más que la probabilidad, pero, al plantear la
cuestión, supone que la cuestión de la explicación tiene un significado. Pero
su criterio general es, entonces, Lord Russell, que no es legítimo ni plantear
la cuestión de la causa del mundo, ¿no es así?
RUSSELL: Sí, esa es mi posición.
COPLESTON: Si esa cuestión carece
para usted de significado, es, claro está, muy difícil discutirla, ¿no es
cierto?
RUSSELL:
Sí, es muy difícil. ¿Qué le parece, si pasásemos a otros problemas?